¿Qué
es la manipulación histórica?
Román
Langosto
Un
grupo humano señalado por virtudes morales, actividad
económica y valores culturales se siente amenazado.
Entiende que radicarse en estado separado sería
positivo para sus intereses. Evidentemente no vive aislado,
sino en sociedad plural y junto a otro conjunto humano
que no participa de semejantes ideas. En ese momento,
tanto al grupo primero como al segundo les asiste una
legislación que ha sido repetidamente sufragada
y reiteradamente estimada.
Sin
embargo, un día, un dirigente de ese primer grupo
grupo que ha sido desde siempre favorecido por
la ley, ya sea para facilitar su modo de vida, ya sea
porque el grupo ha omitido muchas veces obedecer ciertas
sentencias decide que
ha llegado el momento de separarse. Se vive
con plena autonomía, y en esa autonomía
se distinguen los políticos del primer grupo
por su abierta corrupción. A pesar de todo, el
dirigente aludido prepara el camino para la secesión.
En
un primer momento, se celebra un referéndum,
el 9 N. La consecuencia es nula, principalmente porque
los políticos del gobierno
del Estado no han querido entender la deriva del asunto
y no toman medidas para atajar el comportamiento.
Una especie de fiebre colectiva, un por ahí les
ha dado, y no le conceden importancia ni despierta su
interés.
En
una segunda coyuntura, y ya con cambio de líder,
envalentonados y creyendo que no iba a pasar tampoco
nada, se prepara otro referéndum. Esta segunda
prueba ha sido clara y machaconamente prohibida, dado
que no respeta en lo más mínimo las leyes
vigentes. Se produce un grave conflicto en alguna sede
del gobierno autónomo, con miles de personas
violentando a los representantes judiciales. Con
todo, el supuesto referéndum se celebra. No hay
la menor sombra de legalidad y los observadores
extranjeros llamados y bien pagados por los secesionistas
proclaman que de ninguna manera se trata de un referéndum
equiparable a cualquiera en el ámbito europeo.
El
dirigente del primer grupo jalea a la población
que supone de su cuerda para que acuda en masa. El
1 O ocurre la votación y la justicia, tras advertir
reiteradamente de la concurrencia en delito, ordena
a la fuerza pública que impida el acto.
Se suceden los disturbios. La policía intenta
entrar en las sedes electorales y los asistentes se
lo impiden. Más disturbios. Hay violencia. Por
la noche, los policías son asediados. Posteriormente,
y con arreglo a un resultado que, a todas luces, ya
estaba decidido, por encima del 95%, en el que los votos
estaban en las urnas antes que los echaran los votantes
y en tanto algunas personas han podido votar reiteradamente
en muchas sedes, dado el descontrol censal, se
proclama unilateralmente la independencia. Algunos de
los promotores de la secesión huyen, otros son
encarcelados preventivamente en razón de la posibilidad,
nada extraordinaria, de que se fuguen como los anteriores.
Pasa
el tiempo, un año, el grupo encabezado por los
secesionistas y gracias a haber sumado los votos en
sufragio, sigue mandando en el gobierno autónomo,
con lo que inicia una larga
campaña de acoso a todo lo español y a
todo español, a todo el que se manifieste en
contra de sus ideas, aprovechando cualquier
rendija que pueda desgastar a cualquiera de los estamentos
del Estado. El grupo secesionista sigue imperturbable
en su fin, manejando una televisión puesta a
su servicio y con unos medios muy capaces también
a su favor.
Pero
ahora empieza la manipulación. Ganar el relato
se denomina últimamente la maniobra. Se trata
de darle la vuelta al asunto, de hacer creer que todo
fue al revés. Los malos son los españoles,
que no permitieron la destrucción de su propio
país, España. Los malos también
fueron los policías, que obedecieron órdenes
de los jueces. Los malos son, cómo no, los medios
de comunicación españoles, que no participan
de su juego, y los malos son todos aquellos que no ostentan
un lazo amarillo como solidaridad y en abierta rebeldía
contra España, sus instituciones y sus ciudadanos.
Sin
embargo, ellos se reconocen como demócratas,
incluso más, como exquisitos demócratas
que han puesto las urnas al pueblo, que han
obedecido el mandato emanado en votación ejemplar
y legítima y que mantienen la llama del respaldo
en espera de futuros altercados. Semejante tesis es
distribuida a todas horas entre las gentes que atienden
a según qué medios. Finalmente, tales
oyentes, de un sectarismo que en cualquier lugar y circunstancia
llamaría seriamente la atención, se dedican
a difundir el mensaje de su intrínseca bondad
en cualquier círculo y a cualquier hora. Por
ejemplo y sin camuflaje alguno,
portando lazos amarillos en solidaridad con presos,
fugados y reivindicando el delito cometido, y la audacia
la perpetran, por ejemplo, ante menores de edad en colegios
e institutos, donde se supone que debería
imperar la más delicada distancia de signos de
cualquier tipo, fueren políticos, religiosos,
deportivos o de otro calibre.
Darle
vuelta, transformar hasta el extremo los hechos, presentarlos
como una agresión de un Estado totalitario contra
la ternura de unos sujetos que ejercían su más
amable libertad en colegios electorales, eso es la manipulación.
La de este tiempo, la de épocas anteriores todavía
es más corruptora, si cabe.
Barcelona,
18/11/2018
Román
Langosto
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