Los
curas separatistas
Román
Langosto
Desde
siempre los políticos han echado mano de Dios.
Y Dios, convenientemente troceado, disminuido y explicado
a través de religiones y administradores, esto
es, mediante autoridades eclesiásticas del tipo
que sea, ha ido siendo usado para muchos y muy peregrinos
propósitos. Sin embargo, ahora
los políticos han sido sustituidos por los curas.
Cuestión de especialización.
Y
resulta que los curas han girado, una vez más,
la faz de Dios a sus intereses. Esos
curas que han abierto las iglesias al separatismo dejando
a Dios en segundo plano.
Hace
ya muchos años que en Cataluña la asistencia
a los oficios, quizá salvo en Navidad, ha caído
estrepitosamente. Qué duda cabe que la llama
de Fe del Vaticano II se apagó hace mucho y que
la iglesia católica no ha sabido reavivarla,
pero es que desde que el separatismo
se ha enrocado en la iglesia catalana -y la cosa viene
de lejos- la ausencia de fieles es manifiesta y dramática.
Es
correcto pensar que a Dios cada cual se dirige en su
lengua, y no en otra prestada o impuesta. No
da lo mismo hablar con Dios en español o en catalán
u oír su palabra en español o en catalán.
No, no da lo mismo y no da porque es la lengua interior,
la del alma, la de la Fe. Dios devuelve las palabras
y lo hace en la profundidad de la conciencia y en la
lengua que ahí rige.
Antes,
en parroquias de barriada o en poblaciones cercanas
a Barcelona, se celebraba una misa en español
al día, aunque a veces eran dos, a las 11 h y
a las 19, por ejemplo, mientras que misas en catalán
eran cada hora y por supuesto a las horas más
cómodas y en las más simbólicas.
Hoy
en día, junto con esta bárbara discriminación,
el prestigio de los sacerdotes ha caído en picado,
pues ya no se molestan en considerarse meros ministros
de Dios, sino que ahora adoctrinan
con separatismo y son capaces de usar los templos,
los templos que son la casa de todos los cristianos,
la casa de Dios, para sus fines políticos, que
consideran en esta locura teológica, el fin de
Dios, el objetivo de Dios y puede que a Dios mismo.
Urnas en los templos, esteladas en las torres, octavillas
y pegatinas alusivas, todo les vale.
Todo
les vale a estos curas, a estos curas heréticos,
herejes puros, adoradores del becerro dorado y acreedores
al rechazo de todos los cristianos porque han
echado a Dios de las iglesias, a Dios y a sus fieles,
para poblarlas con símbolos separatistas.
¿Creen,
acaso, estos seres descritos desde la isla de Patmos,
en el terrible sueño de Juan, que no serán
condenados? Siguiendo su mismo argumentario, esa escatología
que siempre predicaron y para la que jamás estuvieron
preparados, si es que alguna vez la entendieron, ¿piensan
que semejante transformación, que haber expulsado
a los creyentes de la casa de Dios -a muchos, no a todos,
y sería gravísimo pecado con que fuera
uno solo-, que haber sustituido a Dios, les saldrá
gratis? ¿Creen que confundir y hacer confundir
trascendencia con inmanencia, que mezclar, enmarañar
y apuntalar desde los altares discursos políticos
como si fueran soflamas apostólicas, creen
de verdad que semejante apostasía no tendrá
consecuencias? ¿Pero, en qué
clase de Dios creen, en el que soporta las campanas
a las 17:14?
No
serán capaces de rectificar, seguro, y si lo
llegan a hacer, previa sumarísima confesión,
lo harán por terror. El terror del Averno que
les espera en un infierno ciego de ese tiempo sin fin
que supone la eternidad.
Barcelona,
05/10/2018
Román
Langosto
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