Ley
y Democracia
Román
Langosto
En
días pasados oímos frases y declaraciones
de los golpistas presos que nos dan, bien a las claras,
la concepción de un pensamiento de marcada y
sospechosa tendencia. Imaginen qué argumento:
la democracia es anterior
a la ley o la democracia está por encima de la
ley.
Cualquier
revolucionario podría abrazar tales sentencias,
pero el fascista precisamente es el que no olvida los
dos parámetros clave: democracia y ley.
Por
democracia entiende, no el ejercicio de un derecho constitucional,
sino la implantación
del criterio de la mayoría construido en base
a manifestaciones más o menos asamblearias o
tumultuosas. No hay, naturalmente, rigor
en el control de las multitudes ni medida que justifique
las posiciones asamblearias de cada cual.
A
partir de ese punto, que emerge de la nada, pues el
tiempo anterior no existe, el
fascista se arroga el también falso mandato popular.
Desde ahí es posible la construcción de
un escalón político nuevo, el Estado,
y el nuevo Estado lo ocupa
todo, pues nada queda fuera, como aseguraba
Mussolini.
Posteriormente,
el Estado ya creado genera la ley que, por supuesto,
se adapta sin falta ni error al precepto anterior. Ha
sido, en consecuencia, la voluntad popular la que ha
dado vida a la ley y esas leyes se consolidarán
de acuerdo con el mandato popular. Un circuito cerrado.
La construcción del
Estado viene dada por la multitud, por la asamblea y
por una participación aleatoria y circunstancial
en la toma de decisiones.
Semejante
sofisma esconde el supuesto anhelo, al parecer reprimido
por leyes injustas, de tener leyes racionales, a saber,
de acuerdo a lo que la mayoría dicta. De este
modo, queda patente que la democracia ha sido anterior
a la ley y que la democracia está por encima
de la ley.
Ahora
bien, recuerde el lector lo que se oyó tras el
fin de la dictadura franquista, de
la ley a la ley. Nadie pensó en escenarios
adanistas, esto es, en empezar de cero y en hacer caso
a las ansias de las multitudes. ¿Y, por qué?
Pues porque cualquier democracia
ha de estar fundamentada en requisitos legales, que
son los que legitiman y dan pie al cumplimiento universal
de sus principios. Este asunto está
perfectamente recogido en textos clásicos desde
hace siglos, en Cicerón por ejemplo, que con
tales preceptos entendía que estaba creando una
sólida barrera contra la dictadura.
No
existe la democracia antes que la ley, ni aquella está
por encima de esta, salvo que se prefiera la selva o
el fascismo.
Barcelona,
03/04/2019
Román
Langosto
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