La
vía eslovena
Román Langosto
Un
político con importante responsabilidad que se
permite, por encima de sombra alguna de voluntad democrática,
decretar la muerte de decenas de sus conciudadanos merece
la destitución, la cárcel y el ostracismo.
Impasible, aquel que deseó
la llegada de los tanques a Cataluña, aquel que
desprecia a los españoles por el simple hecho
de serlo, con talante de sujeto convencido de su designio
histórico, suelta ristras de barbaridades que
sus conmilitones ansiosos de épica, pero
acojonados con las consecuencias que pueden venir de
semejante épica no cuestionan, solo explican.
Mientras
tanto, el gobierno bonito advierte, y advierte desde
la impotencia de esa España débil que
pende del hilo que sujetan los separatistas.
La
revolución de Eslovenia costó pocos muertos.
Fueron días atroces, pero sólo diez. Los
tanques de origen ruso que manejan los serbios, anticuados
pero eficaces, barrieron las fronteras de agentes separatistas
eslovenos. Los carros eslovenos quedaron atascados en
el oeste del territorio, por eso los separatistas hicieron
frente con miles de soldados improvisados que salían
de cualquier lugar. Murieron de formas horrendas, carbonizados
dentro de camiones, en hondonadas, contra los muros
de bonitas casas pareadas y en las rotondas de los paseos.
El comunismo yugoslavo era el más abierto, exportaba
cuadros gerenciales a las industrias de los países
no alineados. Su producción era un ejemplo de
autogestión y ese modelo era conocido y estudiado
en las escuelas de negocios de la época, dando
lugar a muchas cooperativas que surgieron en oriente
y occidente según el modelo de aquel socialismo
yugoslavo.
Sin
embargo, la revolución nacionalista en Eslovenia
abrió la caja de los truenos, pues despertó
el nacionalismo serbio, y el croata, y el montenegrino,
y el kosovar. Y llegó un iluminado.
No uno, dos, tres, muchos. Y los vimos subidos en las
torretas de los tanques, junto a las escotillas, en
los glacis, e iban lanzando arengas, igual que algunos
presos del procés, la misma actitud. ¿Los
croatas os han ofendido? No permitáis que los
ustachas sigan haciéndolo. Y
lanzaban a las masas contra vecinos y conciudadanos.
Fue la última guerra balcánica. La guerra
en Europa otra vez. Está todo filmado.
Un general serbio, Ratko Mladic, sitió Srebrenica
y Sarajevo, la capital de los Juegos Olímpicos
de Invierno de 1984, con cientos de cañones,
y dio una orden a sus artilleros digna de la épica
guerrera de tiempos medievales:
"Bombardead
Sarajevo hasta que los fetos lloren de terror en los
vientres de sus madres."
Bella
retórica de una mente enferma que también
mereció el ostracismo y la peor de las indignidades,
por más que falleció antes de que la justicia
europea pudiera condenarlo. Bella retórica, mezclando
la muerte con las mujeres embarazadas, y yendo más
adentro, hasta llegar a los fetos. Mladic quería
erradicar hasta la simiente en una limpieza étnica
cuyo antecedente estaba en la barbarie de Ante Pavelic
croata éste, poglavnik de los ustachas,
un Pavelic que amedrentaba hasta a los mismísimos
jerarcas nazis, que le llamaron la atención muchas
veces por su diligencia en resolver asuntos raciales.
Radovan Karadic, Miloevic y Mladic, seres
anormales y fieramente taimados a los que se dio medios
para el crimen, y no dudaron.
¿Tiene ya el político
al que se alude preparado su Mladic para dirigir los
cañones hacia Badalona, Tarragona u Hospitalet?
¿Se contentará con pocos muertos, con
un precio pequeño, asumible?
Barcelona,
12/12/2018
Román
Langosto
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