La
ley Celaá: una ley contra la enseñanza
y contra el país
Antonio
Jimeno Fernández
Presidente del sindicato AMES
Este
artículo fue publicado en Crónica Global
el 21/12/2018 ------ Artículo
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En
enero de 2019 la ministra Isabel Celaá tiene
previsto presentar en el Congreso de los Diputados el
anteproyecto de una nueva ley de educación. Así
pues, el PSOE, después de haber criticado al
PP por haber cambiado la ley de educación socialista
cuando llegó al poder, con el argumento de que
ya habían habido demasiados cambios de leyes
educativas y que no se podía continuar imponiendo
una nueva ley con cada cambio de gobierno, ahora está
corriendo para hacer lo mismo.
Y
lo quiere hacer pese a que la situación actual
es mucho más delicada ya que el
PSOE sólo tiene 84 diputados de un total de 350,
por lo que para conseguirlo debe contentar a Unidos
Podemos, a los nacionalistas del PNV y a los secesionistas
de ERC, PDeCat y Bildu. Además, el
PSOE tiene que convocar elecciones generales como máximo
en el 2020, o mucho antes, si no consigue aprobar los
presupuestos generales de 2019. Proponer un cambio de
ley de educación en estas condiciones es una
falta de responsabilidad y más si se
establece la desaparición de los llamados estándares
de aprendizaje, en los que se han basado los materiales
didácticos y los libros de texto actuales,
porque como se precisaría un mínimo de
tres años entre la aprobación de la nueva
ley, la redacción de los nuevos currículos
y la edición de los nuevos materiales, éstos
llegarían al mercado cuando, tal vez, el PSOE
ya no esté en el gobierno.
Pero
lo peor no es proponer una ley de educación a
sólo un año y medio del final del mandato,
sino los cambios que se pretenden hacer, que se pueden
consultar en el documento "Propuestas
para la Modificación de la Ley Orgánica
de Educación". En nuestra opinión
todos ellos van directamente contra la mejora de la
enseñanza, contra la cultura del esfuerzo y contra
la continuidad de la unidad de nuestro país.
Si
bien la ley actual, la LOMCE del PP, conserva la estructura
de la ley anterior, que era la LOE del PSOE, y se limita
a modificar los artículos sobre aquellos aspectos
que, según el PP, no funcionaban bien, el anteproyecto
de Isabel Celaá básicamente consiste en
la retirada de todas esas modificaciones y en agravar
más los enormes errores de la LOE, en el sentido
de poder contentar a los partidos secesionistas.
En
orden de mayor a menor perjuicio para nuestro sistema
educativo, los cambios anunciados son: la retirada de
las evaluaciones finales en Primaria y en ESO, la supresión
de los itinerarios en 4º de ESO, el aumento de
competencias de los equipos docentes para poder aprobar
a los alumnos que quieran, pese a que tengan malos resultados
académicos, permitir aprobar el Bachillerato
con una asignatura suspendida y permitir que sean las
Comunidades Autónomas y no el Ministerio las
que decidan si se puede o no utilizar el castellano
en la enseñanza. Aunque menos importante, también
cabe citar su intención de que la nota de la
Religión no cuente para hacer la media y no restablecer
el requisito de que los libros de texto han de contar
con la autorización previa por parte del Ministerio
de Educación.
La
ministra Celaá propone que las calificaciones
de los alumnos de Primaria y los títulos de ESO
y de Bachillerato los sigan dando los centros educativos,
sin que intervengan ni la Consejería de Educación
Autonómica, ni tampoco el Ministerio de Educación,
es decir sin que se lleguen a estrenar las evaluaciones
finales externas con valor académico (reválidas)
dependientes del Ministerio, establecidas en la LOMCE.
Se trata de un error gravísimo en una situación
como la actual, en la que se multiplican las denuncias
de adoctrinamiento político partidista en las
escuelas debido a que algunos gobiernos autonómicos
las están utilizando como las canteras de sus
futuros votantes; en un momento en el que en varias
Comunidades Autónomas se excluye el castellano
o español como lengua de comunicación
entre profesores y alumnos, por lo que los alumnos castellanohablantes
tienen más dificultades de aprendizaje y todos
los alumnos alcanzan un nivel de castellano o español
muy inferior al que podrían alcanzar, lo cual
es un grave perjuicio en su formación dado que
se trata de una lengua que hablan 570 millones de personas;
en una situación en que los resultados académicos
de nuestros alumnos en las pruebas internacionales,
como son las pruebas PISA, están muy por debajo
de lo esperable en función de nuestro PIB; y
porque al no existir ningún control externo por
parte del Ministerio, los centros se ven obligados a
aprobar a bastantes alumnos que no han llegado a los
mínimos establecidos, para evitar que se vayan
a otros centros todavía más permisivos,
dado que si no lo hicieran, en unos pocos años
deberían cerrar por falta de alumnos.
Todos
estos problemas se evitarían si se realizaran
las evaluaciones finales de ESO de la LOMCE, ya que
con ellas el Ministerio podría
detectar si se está adoctrinando políticamente
a los alumnos, si la realidad histórica y la
estructura del Estado que se les está enseñando
es la contemplada en la Constitución, si el nivel
de castellano o español alcanzado es el establecido,
y si las calificaciones en todas las demás materias
reflejan realmente los conocimientos alcanzados por
los alumnos. Por otro lado, el hecho de tener
que superar una prueba externa sería el gran
estímulo que actualmente necesitan muchos alumnos
para esforzarse más y así adquirir hábitos
de trabajo. Sin estas reválidas estamos poniendo
en peligro nuestro futuro como país, ya que con
una natalidad tan baja si, además, nuestros jóvenes
tienen pocos conocimientos y poca capacidad de esfuerzo,
difícilmente vamos a ser un país competitivo.
Otra
de las cosas que quiere hacer la ministra Celaá
es impedir que en 4º de
ESO hayan dos itinerarios, como establece la LOMCE,
uno dirigido hacia la FP y otro dirigido hacia el Bachillerato,
dos itinerarios en los que se prepararía a los
alumnos para dos tipos diferentes de evaluaciones finales
de ESO. Esta estructura es indispensable
porque a cada alumno solo se le ha de pedir que aprenda
aquello que puede aprender y que le conviene para sus
estudios posteriores. Mantener juntos en la misma aula,
aprendiendo las mismas cosas, a todos los alumnos hasta
los 16 años, o hasta los 18 años en el
caso de los alumnos que repiten curso, es perjudicar
tanto a los que quieren cursar un Bachillerato como
a los que quieren hacer una FP. A los primeros porque
se avanza poco en las materias teóricas y a los
segundo porque no se les está enseñando
las materias prácticas y aplicadas que quieren
aprender. El resultado es que los niveles se han de
rebajar para que todos puedan aprobar, lo cual comporta
que los alumnos no se esfuercen y, en consecuencia,
que pierdan gran parte del tiempo de formación
que la sociedad les brinda, que para muchos de ellos
es el único tiempo de formación gratuita
que van a tener en su vida.
Otro
de los graves errores de la señora Celaá
es rebajar los niveles de exigencia, estableciendo que
los equipos docentes o juntas de evaluación de
cada centro puedan dar el título de la ESO y
el título de Bachillerato aunque los alumnos
tengan asignaturas suspendidas. Se trata
de un enorme disparate, porque lo primero que van a
hacer muchos alumnos es elegir qué asignatura
les cuesta más o piensan que no van a necesitar,
y la van a abandonar desde el primer día de clase,
sabiendo que la ley se lo permite. Mal lo van a pasar
los profesores que tengan muchos de estos alumnos en
sus clases. Puede que estos alumnos no vayan a clase
o que, si se les obliga a ir al aula, acaben siendo
alumnos conflictivos. Además, como al profesorado
no le gusta dejar a un alumno sin titular por una sola
asignatura, salvo que la nota sea muy baja, van a haber
muchos alumnos con el título de ESO y el título
de Bachillerato con dos materias suspendidas. Esto es
todo menos fomentar el hábito de trabajo y la
capacidad de esfuerzo de nuestros jóvenes.
Otro
de los grandes errores de la ley Celaá es delegar
totalmente en las Comunidades Autónomas el uso
o no del castellano o español como lengua vehicular.
Al haber eliminado que el castellano se debe utilizar
en una proporción razonable, en el futuro ya
no cabrá el recurso por parte de los padres de
iniciar un contencioso administrativo contra el colegio
por haber excluido totalmente el castellano, ni el juez
podrá emitir una sentencia contra el colegio
indicando que se ha de impartir en castellano como
mínimo un 25% de las horas lectivas, lo que equivale
a la asignatura de lengua castellana y dos asignaturas
más. El Consejo Escolar de Estado, un órgano
que emite informes no vinculantes, ya ha pedido que
se fije una proporción mínima del uso
de la lengua castellana como lengua común de
todos los españoles. La ministra Celaá
ha comentado que como el Estado se reserva el 55% en
el reparto de las materias, con eso se asegura el aprendizaje
oral y escrito del castellano en todo el territorio
nacional. Esto no es verdad, porque si no hay unas pruebas
externas dependientes del Ministerio que constate si
los alumnos han alcanzado el nivel mínimo de
castellano al que han de llegar al final de la ESO,
cada Comunidad continuará haciendo lo que le
dé la gana, como pasa ahora. Por otro lado, si
el uso corriente de la lengua común disminuye
mucho, se pone en peligro la continuidad de la actual
España como un solo país, por falta de
vínculos entre los ciudadanos. Es evidente que
la ministra Celaá está dispuesta a colaborar
en esa disminución del uso del castellano, porque
ya lo hizo cuando estuvo al frente de la cartera de
Educación en el País Vasco.
Finalmente
decir que otro de los errores del anteproyecto de ley
promovido por Celaá es degradar la asignatura
de Religión, al proponer que su nota no se tenga
en cuenta para el cálculo de la nota final, ni
para la petición de becas. En un país
en que es imposible entender el arte sin unos mínimos
conocimientos de religión y en un mundo en que
es difícil entender los conflictos internacionales
sin conocer las religiones, lo que se debería
hacer es establecer que todos los alumnos deben tener
un mínimo de cultura religiosa mediante unas
asignaturas específicas cuya nota contara como
las demás asignaturas. Esperemos que todos estos
disparates no salgan adelante.
Antonio
Jimeno-Fernández
Presidente del Sindicato AMES
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