La
España débil
Román
Langosto
Hay
tres expresiones filosófico-políticas
del siglo XX que han tenido especial éxito: banalidad
del mal, pensamiento débil y relativismo cultural.
Conviene
decir que en los tiempos que corren, España se
ha convertido en el paraíso de las tres. Circulan,
por prensa escrita, redes, radios y televisiones, sujetos,
cada vez peor pertrechados y más mediocres, que
se permiten opinar con infinita alegría acerca
de cuestiones que no entienden y no les conciernen o,
peor, conciernen y mucho, a otros.
Que
un cantante diga en entrevista televisada la noche del
7 de noviembre de 2018, en un programa cultural de TVE,
que la demanda de pena para los golpistas catalanes
es excesiva y añada que no se puede poner puertas
al campo, en clara alusión a una especie de corriente
separatista imparable que el citado rockero ve aparecer
cada vez que regresa a Barcelona es, sencillamente,
el sumun del pensamiento débil y, por supuesto,
cae en el marco de la más pura banalización,
trivialización y adelgazamiento del mal, esto
es, del delito flagrante.
Pero,
vayamos por partes: seguro que el dicente en su trivialización
de la culpa no ve rebelión ni violencia ni sedición
ni malversación. Y no
lo ve porque en los días de autos no tuvo que
recoger a sus hijos para protegerlos en casa y no circuló
por ninguna carretera de las que fueron cortadas por
grupos emboscados y con pasamontañas al más
puro estilo balcánico, mientras la policía
autonómica ni aparecía, ni oyó
por la radio las directrices que se prescribían
para impedir el acceso de la Guardia Civil a los supuestos
centros de votación, ni sufrió durante
horas el acoso de miles de sujetos dispuestos a todo
en un edificio del centro de Barcelona mientras ciertos
individuos, hoy encausados, jaleaban a las multitudes,
ni piquetes con estelades le impidieron ir a trabajar,
engrosando de ese modo la presumida huelga, ni sabe
que la intención de algún preso en preventiva
era lanzar 17 000 mossos, más algunos guardias
urbanos, como elementos de choque contra la posible
llegada del ejército o de la Guardia Civil, hasta
que interviniera la Unión Europea con fuerzas
de interposición, ni sufre diariamente la agresión
que supone ver a gente con el lazo amarillo en la solapa,
en lo que es una abierta afirmación del golpe
de estado y una clara defensa del delito cometido.
Eso
sí, y aquí viene la segunda parte, ve
la fuerza de lo inevitable y convoca a no poner puertas
al campo. Claro, pero no vio las masivas manifestaciones
que desde el 8 de octubre de 2017 se han ido sucediendo
en Barcelona, ni vio que la Cataluña constitucional
ganó las elecciones de diciembre, ni ve el despertar
de una mayoría latente, harta hasta el corazón
y cada vez más abiertamente afirmativa.
Ese
ideario así esgrimido es el de la España
débil, la que halla razones humanitarias contra
la demanda de los fiscales, la que pacta, visita y coletea
a su antojo, la que se suena los mocos, la que negocia
y dialoga, la que da oxígeno al monstruo, quizá,
agonizante del procés.
Barcelona,
02/12/2018
Román
Langosto
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