2021

Sociedades libres (SL)

Un portal sobre el proceso secesionista seguido en Cataluña por sus dirigentes políticos

Traducción al alemán, catalán e inglés

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Canciones
Román Langosto

¿Ustedes no han leído el libro de Hannah Arendt donde se explica el juicio contra Adolf Eichmann en Jerusalén? No se preocupen, el juicio al segundo golpe de estado sufrido por la democracia española desde el fin de la larga noche de piedra de la dictadura franquista es una hermosa reiteración de lo dicho y expuesto por Arendt y supone, incluso, una extensión no menor hacia su libro más potente, Los orígenes del totalitarismo

En efecto, vean ustedes dónde queda la culpa, simplemente la culpa o, mejor, la responsabilidad en el juicio contra los golpistas que publicitaron, promovieron y llevaron a cabo un pseudorreferéndum pese a las advertencias recibidas desde la justicia, con la colaboración de miles de personas que sabían perfectamente que estaban cometiendo una ilegalidad y ante la pasividad del gobierno del Estado, que sólo en el último momento movió ficha e intentó evitar lo que se veía venir desde hacía meses.

Ciertamente, aquellos que alentaron el asedio a los agentes judiciales y policías, impidiendo sus movimientos, comunicaciones y actuaciones a través de proclamas, arengas y socorridos mensajes televisivos o cibernéticos para situar las dotaciones e impedirles el paso o, al menos dificultar su trabajo, aquellos, cual franciscanos pajarillos, cantaban, sólo cantaban. Eso han confesado, hasta ahí han llegado. Y cantaban alegremente, en perfecta comunión con el momento que estaban viviendo. Cantaban y merendaban.

Ítem más, aquellos que proclamaron la desmembración de un estado soberano, aquellos que lo hicieron sin la menor sombra de cobijo democrático, con la expresa renuncia a hacer concesiones a la población afectada y atribuyéndose categorías políticas que jamás ostentaron, aquellos, cual pajarillos igualmente capuchinos, se sientan en el banquillo del tribunal que los juzga acusados de rebelión, malversación y desobediencia.

Oír sus alegatos es entrar en el mundo de Eichmann. El jerarca nazi, a cuyo cargo estuvo el transporte de las familias judías que eran trasladadas a los campos de Polonia, arguyó en el juicio que su labor era puramente administrativa, un simple priorizar trenes y dejar expeditas las vías para evitar embotellamientos entre los ferrocarriles que llevaban soldados y pertrechos al frente soviético y los convoyes que arrastraban a los judíos a Auschwitz, Treblinka o Sobibor. El mundo de Eichmann, el mundo de no culpabilidad, la banalización del mal.

Algún acusado en el juicio del Procés, un perfecto fanático, argumenta que no pudo haber maldad durante las tumultuosas jornadas que se vivieron aquellos días porque los congregados, que retenían a miembros judiciales, que acosaban a la policía, que destruyeron sus vehículos y robaron las armas que había en ellos, cantaban amenas canciones de excursionistas y, en consecuencia, no ve posible que se les acuse de nada. Son, en definitiva, actos comunes, blancos, inertes, sin riesgo ni implicaciones. Fiesta, canciones y celebración. Tampoco Adolf Eichmann se retractó jamás ni reconoció su participación en el mal absoluto, por eso fue ahorcado.

Barcelona, 11/03/2019

Román Langosto

 

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